"Mis abuelos paternos: Juan Frab¡ncisco Urondo y Enriqueta Liñàn.
El abuelo naciò en Isaba, en los Paìses Vascos, en el Valle del Ronkal a los pies de los Pirineos. No sabemos nada de sus antecesores, pero me basta haberlo sentido tan cerca de mi corazòn. Era una presencia fuerte, dominante, pero a la vez, tierna como pocas. Mi abuelo Vasco me produce un orgullo especial por haberlo podido disfrutar y que èl me haya mimado tanto.
Era un sol, desde su aspecto, su clase, su distinciòn, su pulcritud, su gracia natural, su bondad, sus galanterìas. Era "mi abuelo", y yo lo amè mucho.
Recuerdo de èl sus llegadas a Santa Fe cuando nos visitaba. Cargaba baùles repletos de juguetes para mi hermano y para mì, y regalos para mamà a quièn adoraban. Me parece ver su cara felìz cuando escuchaba mis gritos de alegrìa.
Mamà me contò, que cuando recièn se habìan casado, llegò de visita. Lo retò al hijo porque no le habìa comprado a su señora un juego de tè como ella se merecìa. Esa tarde saliò con el pretexto de visitar a un amigo, pues tenìa muchos allì, y al poco rato llegaron dos juegos finìsimos de tè, uno enviado por papà y el otro por el abuelo, ademàs de un mantel de seda natural pintado a mano con sus doce servilletas, bellìsimo. Yo conservo todo esto y me produce enorme placer usarlos. El ùltimo regalo que nos hizo fue para Paco, un tren completo, con las estaciones, los arbolitos, vaquitas, cercos y señales. Era tan grande, que con os rieles extendidos, habìa que hacer lugar en la habitaciòn adonde lo armaban.
A mi me regaò un juego de cocina enlozado, celeste por fuera y blanco por dentro. Era tan completo que tenìa hasta el baldecito para lavar el piso. Ademàs de la imagen que me quedò de este guguete hermoso, y de lo que lo disfrutè, no me olvidè nunca las palabras que me dijo: "Aprende a jugar con esto, para que cuando seas grande no lo tengas que usar, pero lo sepa manejar para cuando tengas que dirigir a la persona que lo haga por ti. Tu has nacido para otras cosas, no para fregar, niña mìa, que esa es tarea ingrata y no la deseo para ti." Yo tenìa nueve años y nunca olvidè ese sano consejo. Dentro de mis posibilidades, hasta hoy, trato de seguirlo al pie de la letra., aunque en màs de una oportunidad me he visto en la necesidad de hacer uso de mi baldecito enlozado. Lo que èl no supo, o tal vez si, es cuanto me sirviò aprender a soñar con los juguetes que puso en mi camino, para poder hacer lo que me gustaba y lo que no tanto, pero siempre con un sueño por delante.
Pochi, mi prima, de quièn hablarè màs adeante, fue tambièn su nieta. En una oportunidad, siendo ya adulta, fue a visitar a Amalia Bernabè, una actrìz de cine, teatro y televisiòn. Fue el gran amor de nustro abuelo, siendo èl mucho mayor que ella. Tuvieron una hija a quien no conocimos y ya està fallecida. Cuando Pochi fue a la casa, la señora le contò que ese piano de cola se lo habìa obsequiado el abuelo vasco. Ella lo tenìa cubierto con un esplèndido mantòn de Manila, y sobre el mismo un retrato del abuelo, custodiado por un enorme ramo de jazmines frescos.
MI abuelo se habìa separado de la abuela Enriqueta. De esto mi papà se enterò cuando el abuelo cayò enfermo para morir, por una pulmonìa a los sesenta años. Como la abuela vivìa siempre en hoteles, porque el marido viajaba permanentemente, era representante de artistas, mi papà no se imaginò jamàs esta situaciòn. Ademàscuando nosotros viajàbamos a Buenos Aires, si el abuelo se encontraba aquì, se mudaba a hotel de la abuela durante toda nuestra estadìa, segùn dicenel abuelo no nos querìa preocupar. Yo pienso que èl temìa perturbar la carrera universitaria de su hijo, con su forma de vida, porque el otro hijo Carlos estaba enterado. Era coop si la familia hubiera hecho un pacto de silencio.
La abuela era bastante extraña en sus costumbres. No se llevaba bien con ninguna de sus nueras, los nietos en cambio tenìamos un raro sentimiento que iba del terror a la fascinaciòn. El temor era resultado de escuchàbamos decir: "Es una bruja, en cualquier momento nos convertirà en sapos". Eso nos quedò grabado a fuego. Pero por otro lado, esa "bruja" que se vestìa con muchas polleras y por las noches se tapaba con varios cobertores uno encima del otro, desapareciendo debajo de ellos, simplemento por ser una viejita friolenta. Eso lo supios con el correr de los años.
Nos deleitaba con sus cuentos y algunas realidades tan bellas de su vida.
Era andaluza, de gran linaje, Marquesa de Sevilla, lo que nos convertìa a nosotros en personajes de sangre azul. Su familia se vino a menos, y ella tuvo que salir a hacer lo que sabìa: cantar y bailar en los "tablaos", aquello que nos eneñò a cantar y bailar a nosotros y lo repetìamos con la inocencia propia de nuestra edad, y con la furia de mis pades cuando me escuchaban decir contoneàndome y batiendo las manos:
Yo tenìa un novio que era corsetero
y en prueba de afecto me ha regalao un corsè
¡Ay que cu, ay que cu
ay que cuerpo tan bonito y seductor,
tiene ustè!"
En uno de sus viajes, el abuelo me regalò una preciosa muñeca con cara de porcelana, vestido y capota de seda rosaday zapatitos del mismo color, Mientras todos estaban en el patioconversando, me sentè con la muñeca en un escalòn de la escalera que iba a la terraza, Vi bajar a la abuela, y observè con espantoque con la punta de su pie tocaba mi muñecala que al golpear contra el piso se hizo añicos ¡Cuanto se enojaron con ella!
Recuerdo que llorè mucho, pero no recuerdo haberme enojado. Serà porque la vi tambièn hecha añicos al golpearse contra tanta soledad."
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Transcriciòn completa del capìtulo 4 del Libro Recuerdos, de Beatrìz Urondo/ 2000.
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